Pocos automóviles de competición han tenido tanta influencia sin tener un palmarés deportivo apabullante. El 1 de mayo de 1914, pronto hará 110 años, el Alfa Grand Prix recorría sus primeros kilómetros, tras iniciar su desarrollo en octubre del año anterior, de la mano del mítico ingeniero Giuseppe Merosi. Se trataba del primer modelo de la firma milanesa totalmente pensado para los deportes del motor, concretamente para los Grand Prix, la categoría reina del automovilismo en aquella época.
Ante el Gran Premio de Francia de 1914, se dictaron las primeras normas y limitaciones para los vehículos que debían disputar el triunfo en esta disciplina: el motor debía tener una cilindrada máxima de 4,5 litros sin alimentación forzada y el peso del automóvil debía a estar entre los 800 Kg y 1100 Kg y sólo se permitía fabricar 5 unidades por fabricante. Con este pliego de condiciones, Merosi y su equipo se pusieron a trabajar en el diseño y producción del Alfa Grand Prix.
Basándose en el exitoso Alfa 40/60 HP, los ingenieros y técnicos llegaron a múltiples soluciones innovadoras. El motor, que fue el primero del “Biscione” con doble árbol de levas en cabeza, adoptaba la configuración de válvulas en culata a 90˚ y, como gran novedad, incorporaba dos bujías por cilindro convirtiéndose en el pionero de la tecnología “Twin Spark” que ha sido un sello de distinción para la marca durante décadas. El Alfa Grand Prix, resultado final de sus trabajos, era un bólido de 1050 Kg con un propulsor de 4 cilindros que desarrollaba una potencia máxima de 88 CV a 2.950 rpm y podía alcanzar los 150 Km/h.
Sin embargo, el Alfa Grand Prix no llegó a tomar la salida en el Gran Premio de Francia, que se disputó el 4 de julio de 1914 en el Circuito de Lyon. Los preparativos de Alfa para la Targa Florio, una de las carreras más prestigiosas de Italia, impidió dar los últimos retoques al Alfa Grand Prix. Tampoco ayudó la situación política: el 28 de junio caía asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando de Austria y ya estaba en marcha el engranaje de telegramas, alianzas y ultimátums que llevaría al estallido de la Primera Guerra Mundial, en el que Italia se encontraba en una posición delicada.
Ante la situación geopolítica y la entrada de Italia en el conflicto, Alfa cambió la producción de automóviles deportivos por la de vehículos militares y armamento, pero su prototipo de Grand Prix no se olvidó: se ocultó en una fábrica farmacéutica de Milán esperando su momento.
Después de la guerra, el nuevo propietario de la marca, Nicola Romeo, se encontró con el reto de competir en los grandes premios. En vez de optar por el desarrollo de un nuevo vehículo, decidió encargar a Merosi rescatar el Alfa Grand Prix, rebautizarlo como Alfa Romeo Grand Prix y ponerlo al día. Con sus ajustes y el uso de una aleación de aluminio y elektron para reducir peso se llegó a los 102 CV y los 150 Km/h pero obtuvo resultados discretos y el proyecto se abandonó en 1922, sin embargo, sus avances técnicos y su vocación deportiva siguen estando muy vivos en la filosofía de la marca.